Conseguir que la clientela nos perciba próximos, solo puede ser a consecuencia de interactuar con una actitud honesta y espontánea, fuera de un ambiente tensionado por el exceso de trabajo, donde diariamente hay que enfrentarse a incidencias operativas que ralentizan las tareas, y especialmente tensionado por el miedo a no cumplir los objetivos y a las posibles consecuencias. Este miedo es tan fuerte, que a veces gana la batalla a la razón, a la lógica de que en primer lugar siempre deberíamos poner nuestro puesto de trabajo, por encima de la consecución de un ranking o de una cifra de objetivos impuesta por alguien que hace mucho tiempo que no atendió a un cliente. El miedo nunca fue buen compañero.
Estamos cansados de oír que tenemos que ser competitivos y para ello es fundamental la profesionalidad y la formación continua. No cabe duda de que estas herramientas son elementales para afrontar cualquier reto comercial y un nuevo modelo organizacional más tecnológico y adaptado a las crecientes demandas de la clientela
Ahora bien, enfocar una adecuada gestión de los recursos humanos como apoyo a este modelo competitivo y profesional, es vital, y depende en gran parte de la organización del trabajo, de la gestión del sistema de dirección y especialmente de dotar de la suficiente plantilla, con la finalidad de alcanzar ritmos de trabajos dinámicos y racionales.
¿Puede la entidad pedir competitividad, profesionalidad, compromiso y confianza a su plantilla, desde posiciones en las que lo único que ofrece son herramientas operativas deficientes, presión, empeoramiento de las condiciones laborales, y un modelo de negocio cortoplacista, que la mayoría de la plantilla ni comparte ni comprende?