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Uso correcto de las subvenciones y bonificaciones en I+D+I: Una fábula con dos finales

La arañita Kardo y los moscardones

De los creadores de "Pedro y el Lobo", "Las cabras y el cabrero" y "El lobo y la grulla" hoy presentamos “La arañita Kardo y los moscardones: una fábula con dos finales”.

Habla de la colaboración y de la confrontación. Del respeto a las leyes y a las personas trabajadoras y del desprecio a las mismas. Del aprovechamiento de los recursos para el fin para el que están previstos. Habla del I+D+I y del uso adecuado de las subvenciones del Estado para este tipo de trabajo y de las posibles consecuencias de no obrar correctamente... Una fábula que no te puedes perder.


Este artículo se publicó originalmente en Atmira (CCOO en Atmira) ,


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abía una vez, en un lugar no muy lejano, una arañita muy respetada en el lugar. Todo el mundo la conocía como señorita Kardo.

A la señorita Kardo la vida le sonreía. Tenía las mejores ramas del árbol en que vivía, lo cual le permitía gozar de abundante alimento volador.

Gozaba además de una grande y dinámica familia de simpáticas arañitas. En alguna ocasión había contado hasta casi mil hijitas que pululaban a su alrededor, prole de la que alardeaba orgullosa con el resto de arañas de árboles cercanos. Sus arañitas, a las cuales de manera campechana llamaba "socias", se afanaban por procurarle más y más alimento, supervisadas por unas arañitas secuaces que se encargaban de controlar todos los movimientos. La vida colmaba las ramas de aquel árbol.

Sin embargo, la señorita Kardo no era feliz. Había algunas socias, las que consideraba más lentas o menos afanosas, a las que se comería sin pensárselo (de hecho, de vez en cuando realizaba esta práctica sin darse importancia y sin hacer mucho ruido). No permitía a esas arañitas “marcadas” que se acercaran a ella para aprender sus técnicas de caza, ni mejores patrones de hilado de telarañas, lo cual hacía que, cada día fueran menos competitivas y, claro está, cada día le eran menos útiles.

Ya tenía pensado cuando comerse a estas socias, pero había un problema. Como entre ellas se conocían, todo el mundo se daría cuenta de su desaparición. Su reputación en el árbol se vería dañada. Además, sus amigotes de otros árboles ya no la creerían cuando presumiera de su prole.

 

Había además un problema que la inquietaba y que era su principal quebradero de cabeza. Las hormigas rojas del árbol… esos seres extraños de seis patas con los cuales no quería ni hablar. Pululaban por el árbol hormiguitas que colaboraban simbióticamente con nuestras arañitas y que vigilaban que todo estuviera en orden. Un exceso de peso en una rama podría partirla y caer al suelo el alimento colgado en ella. Demasiadas telas de araña harían que las socias pudieran caer de agotamiento, lo cual era contraproducente para el desarrollo de la familia... y cosas así. Cosas de hormigas.

Un buen día la señorita Kardo, hablando con sus amigas de árboles vecinos, se enteró de que en el árbol gigante, aquel que estaba siempre verde y lleno de flores, regalaban crujientes moscardones embalsamados para ayudar a construir mejores nidos y telerañas más resistentes y efecientes. La condición para poder pillar cacho era simple. "Has de repartirlo entre todas tus hijitas". Se indicaba en un cartel junto al gran árbol.

"No. Eso sí que no". La señorita Kardo, a pesar de tener de todo y de ir todo viento en popa, no estaba dispuesta a compartir su tesoro. Ella había sido quien se había enterado de lo que había en el árbol gigante... y pensó: "Como el árbol está lejos y los insectos que allí hay son gordos y pesados, alguien me tendrá que ayudar a traerlos. Se lo contaré a unas cuantas socias y luego ya veremos. Nadie tiene por qué enterarse si me las zampo yo sola". Y así sucedió.

Pero pasó lo que era inevitable. Las hormigas se enteraron del plan y trasladaron a doña Kardo a través de sus arañas secuaces que había suficiente alimento en la despensa. Que sería bueno conseguir esos moscardones para mejorar la fabricación de telas de araña, claro que sí, pero haciendo buen uso de ellos, respetando la norma. Y advirtieron a la señorita Kardo que no sería conveniente hacer un mal uso de ese alimento con los cambios que pueden llegar en el futuro. El tiempo cada vez está más cambiante e inquietante y es hora de trabajar en mejorar muchas cosas... y no en malgastar ni malusar. El cartel es claro, repitieron. "Has de repartirlo entre todas tus hijitas". Todo moscardón que trajese debería producir una mejora para todos los habitantes del árbol. Sería lo correcto... y no dudarían en ir a molestar a la tarántula Boca-grande que vigilaba el árbol del jugoso botín si se quedaba con los moscardones para ella sola o para sus secuaces. Sería un abuso y un mal uso de los recursos disponibles para los habitantes de todo el parque.

SI HAS LLEGADO HASTA AQUÍ, ELIGE AHORA TU FINAL

¿Qué decisión tomará la señorita Kardo?

                                  

Cumplir las normas                     Primar su propio interés

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Como deberían ser las cosas)

 

La señorita Kardo, tras reflexionar sesudamente con sus arañas socias más fieles, aquellas que controlaban al resto de afanosas arañitas, pensaron en las palabras de las hormigas. Pensaron y pensaron y finalmente se dieron cuenta de que aprovechar aquellos jugosos manjares entre todos sería mejor que si solo se lo comían entre ellas... Y así lo trasladaron al resto de socias que se alegraron de la noticia. Pero no sería ni uno ni dos moscardones los que traerían, si no que, con la disposición de las hormigas, capaces de levantar hasta 7 veces su propio peso, consiguieron acercar al árbol hasta 200 moscardones de los que todos dieron buena cuenta. Incluso aquellas que estaban seleccionadas para ser devoradas.

Y todos los habitantes del árbol, en armonía, y con el estómago más lleno que nunca, empezaron a tejer nuevas telarañas con un entusiasmo nunca visto y que permitió a nuestras amigas, destacar por su creatividad entre todas las familias de arañas del parque ya que, además, permitían capturar más insectos voladores que nunca.

Por primera vez las arañitas se sintieron socias y nuestra amiga Kardo, feliz... Aunque de vez en cuando seguía comiéndose sin hacer mucho ruido a las arañitas que no le gustaban.

 

 

(volver para elegir la otra puerta)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Como esperamos que no ocurran las cosas)

 

Pero nada haría cambiar de opinión a la señorita Kardo. Aquello era su tesoro. Seleccionó a un buen batallón de socias y les dio la orden de ir a recolectar todo lo que pudieran del árbol gigante del centro del parque.

Al cabo de un rato, el botín empezó a llegar a la base del árbol. La señorita Kardo bajó de su rama más alta y empezó a devorar uno tras otro los deliciosos moscardones que, con no poco esfuerzo, iban llegando y sin cumplir, lógicamente, lo que rezaba aquel cartel "Has de repartirlo entre todas tus hijitas". Todas las socias quedaron estupefactas mirando lo que sucedía. Las hormigas, no ajenas a lo que estaba pasando, pero desconocedoras del plan de Kardo, decidieron avisar a la tarántula Boca-grande obligadas por la situación. Aquello atentaba estrepitosamente al orden que con tanto ahínco mantenían.

A su llegada, doña Kardo tenía tal empacho que apenas pudo moverse. Boca-grande, que sabía cuanta comida habían destinado a otro fin del previsto, sin mediar palabra, recogió del árbol el equivalente en moscas a lo devorado, además de lo que consideró como castigo, arrancó dos patas a Kardo y se fue por donde había venido, esperando no volver a verla.

Días después, dolorida pero ya con el estómago vacío, doña Kardo pidió que le acercaran a sus socias "marcadas" para "conocerlas mejor". Tal era su cabreo (y voracidad) que se las comió de un bocado. Ahora además, tenía una idea. Culpar a las chivatas hormigas a quienes pondría como chivo expiatorio. "Me las comí porque no me quedó más remedio. No había otra comida en el árbol. Hay que garantizar el bien de la familia". Pero la mentira era evidente. En el árbol aún había comida para todas y las telas de araña funcionaban como siempre.

Algunas arañitas creyeron las palabras de su reina y acusaron de traer penurias a las hormigas. Otras, viendo lo injusto de la situación y sabedoras que el fin de las arañitas devoradas ya estaba escrito, entendieron que doña Kardo había obrado en su propio interés y había traído dolor al árbol.

La vida continuó en el árbol, con nuestras amigas haciendo lo de siempre, temerosas de ser las siguientes devoradas, y con las hormigas, apenadas, tratando de recuperar el orden y haciendo ver a Kardo que, aunque fuera la reina del árbol, hay normas que cumplir, que no se puede jugar con las vidas de sus hijitas y que las consecuencias de saltarse las normas existentes no son agradables para nadie. Pero a Kardo le daba todo igual. Algunas arañitas dejaron el árbol. Y cada vez venían menos al árbol de Kardo.

Pasaron los años. Los días se tornaban más calurosos... agonizando... sin pena ni gloria. Las telas de araña que seguían los mismos patrones de siempre ya no capturaban insectos, y ahora, además, deberían ser más tupidas para poder proyectar sombras que les protegieran del calor, cosa para la cual no se habían preparado al haber malgastado los moscardones del árbol gigante. Kardo, altanera y sin reconocer su error, se zampó la oportunidad de crear esas mejoras que le brindaran una ventaja frente al resto de árboles... la vida en el árbol se apagó.

(volver para elegir la otra puerta)

 

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