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"LA BATALLA" por María Victoria de la Fuente Freyre

Área de Prejubilados -Madrid- 2º Certamen de Relato Corto -Relato Ganador-


Este artículo se publicó originalmente en Prejubilados (Area de prejubilados y jubilados de Madrid) ,


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LA BATALLA

 


Por Libélula

 


 

 


¡Qué diferente es todo de cómo lo había imaginado¡ El polvo me ciega,  el ruido de los cañonazos me ensordece. Correr, correr, correr, sin mirar atrás, sin sentir nostalgia del pasado, solo cuenta el presente, y el presente es correr, correr con la bayoneta calada, entre el estruendo de los cañonazos que levantan nubes de polvo a nuestro alrededor. No pensar en la muerte, no ver a los compañeros que caen, seguir la loca carrera hacia el objetivo. Los sentidos embotados, las piernas siguiendo su marcha por inercia sin que el cerebro intervenga para nada.

 


 

 


¡Qué lejos quedan los brillantes desfiles, los discursos llenos de palabras huecas! ¿Y la gloria, dónde está? ¿Puede haber algo de gloria en esta carrera suicida?

 


 

 


El sol de frente da a las posiciones enemigas un halo de irrealidad. Semeja un espejismo con esas fluctuaciones evanescentes como si en cualquier momento pudieran desaparecer ante nuestra mirada perpleja. Pero, tras esos árboles, escondido, acecha el enemigo, el enemigo que dispara, que mata, y hay que llegar cuanto antes, tenemos que desalojarlos, ocupar sus posiciones, vencer, correr todo lo que den de sí nuestras piernas, no parar, no pensar.

 


 

 


Las siluetas se van perfilando. Cada vez los distingo con más nitidez, primero sólo unos bultos moviéndose y disparando, afanándose en cargar los cañones, luego diferencio el rojo de sus uniformes. Un poco mas adelante ya se distinguen sus rostros, se oyen sus imprecaciones, sus jadeos individualizados. Empieza la lucha cuerpo a cuerpo. Todo es confusión: golpes, disparos, gritos. Desenvaino mi sable y golpeo, golpeo a diestro y siniestro, como un loco, emborrachado con la batalla. Y avanzo abriéndome paso a sablazos. No veo, no oigo, sólo avanzo. El enemigo se retira. Hemos vencido. Aullamos como salvajes. La posición es nuestra, escapan, dejando tras de sí los cañones, el equipo, los muertos. El campo está sembrado de cadáveres, inertes. ¿Merece la pena tanto sacrificio para conquistar este pedazo de tierra, que mañana puede volver a ser suyo después de otra siembra de cadáveres similar?

 


 

 


Me felicitan, me palmean la espalda, alaban mi valor. ¿Valor? No, lo mío no ha sido un acto premeditado, no ha sido arrojo, ha sido aturdimiento, borrachera de violencia, bien diferente de los actos heroicos en que uno ofrece la vida en aras de los demás. ¿O quizás los actos heroicos que siempre he oído narrar con admiración sean similares a éste mío, triste respuesta mecánica a una situación extrema?

 


 

 


Hemos tomado posiciones y las hemos reforzado. Por todas partes se oyen cantos y risas que acallan los alaridos de los heridos. La bota ha corrido de mano en mano y todos celebran haber salvado la vida.

 


 

 


Con el amanecer comienza el contraataque. Nos han cogido desprevenidos, no esperábamos que el enemigo pudiera recuperarse tan pronto.

 


 

 


Cierro los ojos, no quiero vivir de nuevo esta pesadilla.

 


 

 


Esta vez llevamos la peor parte. El enemigo avanza, nada lo detiene. Más cerca, cada vez más cerca, el suelo retumba bajo sus botas. Ya distingo sus caras, el brillo de sus bayonetas. Ya asaltan la posición. No puedo huir, el miedo paraliza mis piernas, mientras a mi alrededor cunde la desbandada. No puedo pensar, resignado, aguardo lo inevitable.

 


De repente me elevo en el aire, subo, subo cada vez más alto. El enemigo a mis pies es cada vez más pequeño, más insignificante, unas motas oscuras en el suelo. Algo me agarra fuertemente por la cintura.

 


 

 


- ¡No quiero, no vale, siempre tienen que ganar los tuyos, ya no juego, tramposo!, grita Javi furioso a su hermano. Y abriendo la caja de cartón, empieza a guardar los soldaditos de plomo.

 


 

 


Yo entro el primero, y luego la caja se empieza a llenar. Allí, todos mezclados, codo con codo, compañeros y enemigos, en la oscuridad esperaremos hasta que otro día, juguetes en sus manos, vuelvan a sacarnos de la caja y nos formen de nuevo para una nueva batalla. Y de nuevo lucharé contra estos soldados que ahora comparten conmigo este espacio. Y, quizás, luche cuerpo a cuerpo contra este enemigo que ahora, confiadamente, apoya su cabeza en mi hombro.

 

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