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El Bosque de los deseos (José Antonio Sanchez Rico)

1er. Certamen Relato Corto (Relato finalista)


Este artículo se publicó originalmente en Prejubilados (Area de prejubilados y jubilados de Madrid) ,


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EL BOSQUE DE LOS DESEOS

 


 

 


“Don nadie”

 


 

 


 

 


Un rotundo silencio embargaba la negra noche. La única rareza que destacaba en la oscuridad mas parecía mancha producida por un pincel y que, a su vez, servía de escape del negro absoluto, era una titilante estrella que iluminaba una mínima parte del bosque, dando un toque de poesía al arrullo del viento entre las hojas, y nos permitía vislumbrar los peldaños por los que se accedía al origen del rumor de agua que llegaba a nuestros oídos. Este marco de penumbra obró en nuestro subconsciente para que se formara en nuestra mente una vaga presencia celestial que se fue difuminando a medida que una tenue luz avanzaba entre los árboles dándonos idea de lo que iba a ser un espléndido crepúsculo. Y entonces divisamos la choza que andábamos buscando.


 

 


Flora, que no me soltaba la mano, tiró de mí y corrimos como vagando entre las hojas caídas hasta llegar a la proximidad del refugio. Con curiosidad y un cierto grado de temor, dimos vuelta a las cuatro paredes de piedra y adobe que configuraban el contorno de la casa, asomándonos con sumo cuidado al alféizar de las ventanas hasta detenernos ante el umbral de la puerta de madera por el que se accedía a la única estancia que contenía la vivienda. Descorrimos el oxidado cerrojo, empujando suavemente la puerta hacia dentro con un quejoso chirrido de sus goznes. Ante nosotros apareció una sala cuadrada con dos ventanas a ambos lados y una chimenea en la pared de enfrente. Una mesa, dos sillas, un banco, un armario, un vasar con cacharros y utensilios de cocina, un palanganero en un rincón y un camastro, todo ello fabricado de forma rústica, configuraban el moblaje de aquel aposento. En el armario, colocado en baldas, había mantas, ropa de cama y toallas. En la parte de atrás de la cabaña descubrimos una pequeña leñera que aún contenía algunos troncos cortados hacía tiempo.

 


 

 


 

 


 

 


 

 


Dejamos nuestros macutos en el banco y abrazándonos nos pusimos a bailar en el centro de la estancia, prometiéndonos amor eterno y besándonos apasionadamente.

 


Luego encendimos la lumbre de la chimenea y pusimos a calentar en una cafetera herrumbrosa que encontramos un poco de café con el agua que llevábamos en nuestras cantimploras. Sacamos los bollos que habíamos adquirido en el último pueblo que pasamos antes del bosque y tomamos el desayuno más feliz de nuestra vida. Después de desayunar, nos sentamos en el suelo al amor de la lumbre y nos dijimos palabras tiernas al oído agarrados de las manos. Al cabo de un rato, arrebolados no se sabe si por la cercanía del fuego o del uno con el otro, como si de niños traviesos se tratara, nos acercamos al camastro, nos sentamos en él y sin mediar palabra nos desnudamos y dejamos que nuestra piel fuera la protagonista de esos dulces momentos.

 


 

 


Pasamos todo el día entre arrumacos, leños y ollas para preparar el refrigerio y sobre todo lleno de sueños, deseos y promesas de futuro. Poco a poco el día fue declinando y a nosotros nos fue embargando una sensación de culpabilidad por la escapada no anunciada a nuestras familias que habíamos protagonizado. Con tristeza por tener que poner fin a esas horas inolvidables que habíamos pasado juntos y en solitario, recogimos nuestras cosas, apagamos las ascuas de la lumbre, colocamos los cacharros y ropas en su sitio, cerramos la quejosa puerta y con mirada de nostalgia nos despedimos hasta Dios sabe cuando de aquel nuestro nido donde habíamos desatado sin pudor nuestras pasiones y los más ocultos deseos.

 


 

 


Tomamos el sendero semioculto entre el follaje que habíamos traído a la ida y, siempre Flora agarrada a mi mano, salimos del bosque donde habíamos vivido nuestra más reciente aventura amorosa y nos dirigimos hacia la civilización en forma de chalets adosados que encontramos al cabo de un buen rato. Al acercarnos a uno de ellos, salieron corriendo tres chiquillos que se abalanzaron hacia nosotros imprecándonos:

 


 

 


¡Abuelitos, abuelitos!, ¿dónde habéis estado todo el día?

 


 

 


 

 

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