DIARI DE TARRAGONA

Las amenazas y agresiones contra los empleados de banca se disparan


DIARI DE TARRAGONA.- La agresividad contra los trabajadores de cajas y bancos ha hecho aumentar los casos de ansiedad y depresión en los últimos meses. Los sindicatos denuncian que faltan medidas para protegerles. Luís JIménez: «Es una violencia oculta, no hay estadísticas ni datos oficiales». 

Antonio (nombre ficticio, como todos los casos de empleados de la banca que aparecen en este reportaje por razones de seguridad) no puede conciliar el sueño desde hace varias semanas. Teme por su vida, por la de su mujer y por la de sus hijos. Es director de sucursal de una entidad bancaria y vive aterrorizado desde aquel día en que un hombre entró a la oficina donde trabaja y amenazó con ‘rajarle’, a él y a su familia, después de advertirle que sabía dónde vivía y qué coche conducía. ¿El motivo? La desesperación, la angustia de un hombre que invirtió todos sus ahorros en participaciones preferentes y que ahora no puede hacer uso de su dinero. Y le culpa a él, a Antonio –y a todo el que trabaja en esa oficina bancaria– de haberle robado sus ahorros.

En su interior, Antonio comparte la desazón de ese hombre. Incluso él, persona racional y tranquila donde las haya, también asumiría una actitud violenta si de la noche a la mañana perdiera todos sus ahorros. Él no se siente culpable de la situación de ese hombre que ahora le amenaza. Incluso se solidarizaría con él. Pero le tiene pánico. Sabe que la desesperación puede llevar a la mejor persona a realizar una ‘burrada’. Y sufre sobre todo cuando se tiene que quedar en la oficina hasta tarde. A las ocho de la noche, cuando la abandona, cree ver la figura del hombre que le amenazó en cada esquina, en cada sombra. Teme que le siga, que se le aparezca en el portal, que entre en su casa... Puso la situación en conocimiento de la oficina central, que, como solución, cuando sale de la sucursal le llama al móvil cada cinco minutos. Si no respondiera una llamada, el protocolo es llamar de forma urgente a la policía.

Andrés también trabaja en un banco. Entre sus funciones se halla la de realizar visitas a comercios que son clientes de su entidad bancaria. Un día concertó una de estas visitas y su interlocutor, también víctima de las participaciones preferentes, le dijo que sí, que fuera, que le estaba esperando. Y vaya si le estaban esperando. Entró al comercio y recibió una paliza.

Hace apenas diez días los Mossos d’Esquadra detuvieron a una mujer después de que rociara con alcohol el mobiliario de una sucursal de CatalunyaCaixa en el centro de Sabadell y amenazara con prenderle fuego con dos empleados –un chico y una chica- dentro, lo que evitó la providencial actuación de los agentes.

Medicarse para trabajar

Este es apenas un puñado de las muchas historias de amenazas y agresiones, generalmente verbales, que están sufriendo los trabajadores del sector en los últimos meses. Amenazas que, a veces, son sólo un gesto, como el del cliente que hace con la mano el ademán de disparar si el cajero no responde lo que espera.

Luis Jiménez, secretario general en Catalunya de Comfia, el sindicato del sector financiero de CCOO, explica que es muy complicado cuantificar cuántas situaciones de este tipo se producen: «Es una violencia oculta, no hay estadísticas ni datos oficiales». Lo que sí daría indicios de cómo está afectando la situación a los trabajadores es el aumento significativo del ausentismo entre los años 2010 y 2011. Dice Jiménez que las empresas no suelen ofrecer datos sobre el motivo de las bajas, pero ellos están convencidos de que la ansiedad y el estrés están detrás de ese aumento.

Lidia Herrero, responsable de la sección Cajas de Ahorros de UGT, hace además la salvedad de que muchos trabajadores no se atreven a coger la baja por miedo a que les despidan. «Conozco más de un compañero que se medica, que tiene que tomar una pastilla para meterse en la cama y otra para irse a trabajar… Le parecerá exagerado, pero le diría que el 70% de los trabajadores que están en primera línea, atendiendo a los clientes, siente malestar».

Cuenta Herrero que esa situación de malestar no viene motivada sólo por las agresiones, que son una causa frecuente de consultas al sindicato, sino de las situaciones dramáticas a las que les toca enfrentarse: «Es lo que sientes cuando tienes delante de ti a un cliente, a una persona llorando que está en una situación desesperada».

En muchas ocasiones la agresión no se llega a denunciar. Es lo que suele suceder en los pueblos pequeños, donde todo el mundo conoce al personal de la oficina. «Es el caso del director que se encuentra con las ruedas del coche pinchadas pero no va al juzgado porque sabe que sólo conseguirá más problemas con sus vecinos», comenta Jiménez.

El sindicalista reconoce que en los últimos tiempos hay dos fuentes claras de agresiones que confluyen en la oficina bancaria. La primera es el malestar general de la población, la idea de que «la banca es la culpable de todo». Aquí tienen un papel importante las plataformas sociales, muy activas. «Tenemos una oficina en Barcelona delante de la cual hay protestas cada jueves», ejemplifica. En estos casos la oficina es el símbolo de la indignación contra la entidad, incluso la banca en general, pero eso no impide que alguna de estas manifestaciones acabe en enfrentamiento.

La segunda fuente es el cliente particular, que responsabiliza al empleado de su situación. «Y eso que es muy probable que la persona que tiene delante ni siquiera sea quien le atendió originalmente, porque la rotación en el sector es muy alta; un empleado no suele estar más de un año en la misma oficina». Y eso si conserva el empleo, porque recuerda que en los últimos tres años se han perdido 4.500 puestos de trabajo en el sector en Catalunya.

Preferentes, el detonante

Pero todos los consultados: delegados sindicales, abogados, empleados… coinciden en que ha habido un antes y un después del escándalo de las participaciones preferentes. Jiménez cuenta que conoce trabajadores que incluso tienen problemas porque vendieron participaciones a sus familiares y ya no les hablan. «Es difícil entender que un producto era bueno y la crisis lo ha vuelto malo».

El tema, sensible donde los haya, desata opiniones encontradas de todo tipo. Lidia Herrero comenta: «Si usted me pregunta ¿por qué las vendimos?, yo le tengo que explicar que hubo un tiempo en que el empleado que no las vendía era malo, lo hacía mal. Tuvimos muchas presiones para que se vendiera de todo… Y además se lo vendimos a gente como nuestros padres, a gente obrera».

Un trabajador con responsabilidades en una caja dice que hay matices y cree que en el reparto de responsabilidades, además de a la entidad y al empleado, debe incluirse al cliente. Asegura que buena parte del problema tiene que ver con la escasa cultura financiera de la población en general. «Esto nos está enseñando una dolorosa lección a todos, saber que, a más rentabilidad hay más riesgo».

Cuenta que el tema de las preferentes ha hecho al cliente más sensible a quejarse por todo. Cita también el caso del famoso ‘suelo’ hipotecario, que puede significar la diferencia entre pagar, por ejemplo, 500 ó 700 euros al mes por el mismo préstamo. «¿Cómo puede venir alguien a decirme que no sabía lo que hacía, que no leyó?... Hay que informarse bien, hay que saber que la hipoteca es la firma más importante de tu vida», asegura.

Escasa protección

Y ¿qué sucede en la oficina ante la amenaza? La respuesta es difícil. Este trabajador explica lo que ya salta a la vista: por cuestiones de marketing y de funcionamiento en general, en las oficinas modernas el empleado ya no está blindado ni detrás de un cristal. Hay cámaras de seguridad, sí, pero su poder, ante un agresor, sería, como mucho, disuasorio.

La respuesta de las entidades a la amenaza suele ser muy variable. En el caso del trabajador consultado su caja no ha tomado ninguna acción específica más allá de aconsejarles «evitar la violencia». El delegado sindical de otra entidad relata que en el caso de un compañero de una oficina que terminó de baja porque un cliente le golpeó, la solución fue apostar un guardia de seguridad delante de la oficina durante una semana. En otros casos, el cambio de sucursal ha sido la solución.

Pero, en general, no se consigue ni siquiera eso: «La mayor parte de las veces sólo puedes aspirar a que llamen a los Mossos o hacen que les llames tú mismo», cuenta Jiménez, quien denuncia además que algunos trabajadores que son agredidos y quieren denunciar tampoco cuentan con asistencia jurídica: «Les dicen que es un problema personal con el cliente».

Los protocolos internos para enfrentar agresiones han comenzado a circular, pero, aseguran los sindicalistas, son escasos y apenas llegan a la raíz del problema. Jiménez pone el ejemplo de un banco que acaba de editar su protocolo: «Viene a decir algo así como que, si alguien le agrede, no le responda. Si alguien se queja, dígale que llene una hoja de reclamaciones… ¿Usted cree que eso es suficiente cuando tienes delante una persona fuera de sí?», se pregunta.

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