EL SINDROME POSTVACACIONAL


síndrome postvacacional

El síndrome postvacacional es una entidad a la que se le está dando cada vez una mayor importancia, aunque no está aceptada como enfermedad en las principales clasificaciones internacionales. Hace unos años, era prácticamente desconocida su existencia, lo cual no quiere decir que hubiera personas que lo estuvieran padeciendo.


El síndrome postvacacional es un proceso de adaptación necesario cuando se entra de nuevo en contacto con la vida activa. Cuando este proceso de adaptación fracasa, entonces se genera una serie de molestias, pero que no pueden catalogarse como enfermedad. Por otro lado, hay autores que defienden la definición de este proceso como una enfermedad. Debe considerarse como tal si se tiene en cuenta que enfermedad es cualquier problema que afecta a nuestra espera de bienestar. Este bienestar no incluye el aspecto solamente físico, sino que también abarca el emocional, social,etc.

Características del síndrome postvacacional

Lo habitual es padecer a la vuelta de vacaciones un cuadro de debilidad generalizada y astenia. Puede haber problemas de insomnio que conviven con una somnolencia importante a lo largo del día. La capacidad de concentración se ve limitada, así como la tolerancia al trabajo, que viene caracterizada como una sensación de desidia y hastío. Incluso en ocasiones, puede aparecer una sensación de angustia vital que puede llevar a un bloqueo en el cual la persona que lo presenta es incapaz de tomar cualquier decisión.

Puede haber un cambio de carácter con cierta agresividad, sin embargo, se establece habitualmente y de forma progresiva una sintomatología más propia de un cuadro depresivo. Por todo ello, se ven afectados diversos aspectos del estilo de vida. El trabajo, resulta difícil de realizar.

La concentración, así como la capacidad de tomar decisiones, está deteriorada. Puede ser imposible ordenar la agenda y poner en marcha todas las gestiones o encargos propuestos. Por ello, puede iniciarse un verdadero círculo vicioso en el cual el trabajo se va acumulando, con lo cual se une al nuevo trabajo por realizar, aumentado por el retraso de toda la labor acumulada a lo largo del periodo vacacional.

Una persona introducida en esta dinámica puede acabar en un callejón sin salida. Las relaciones con los demás pueden deteriorarse. Los más cercanos en el trabajo y en el hogar pueden sufrir las consecuencias. Un carácter agriado incluso violento puede introducir tensiones en nuestras relaciones con los demás, pudiendo llegar a producir, sobre todo si por parte de la otra persona no tiene una conciencia real de lo que está ocurriendo. Esta crisis puede afectar no sólo a las relaciones emocionales sino también a las laborales. A nivel personal se tiene conciencia de que algo no funciona.

Posiblemente, en primer lugar predomine una sensación de desconcierto ante algo que ha surgido casi por sorpresa y que no se manifiesta con una sintomatología concreta que nos permita identificar el origen del problema. Se intenta seguir adelante a pesar de que cualquier propósito de superar el bache parece acabar en fracaso.

Esta sensación de no levantar la cabeza y de asistir atónito a un desmoronamiento de nuestra forma de vida puede llegar a la  persona que padece este problema a una inquietud e inseguridad. Este síndrome puede cursar con una intensidad muy variable y de diferentes formas. En algunos casos, esta variabilidad puede hacer muy difícil su detección. Esta falta de diagnostico puede llevar a manifestar una incomprensión hacia estas personas que pueden agravar el cuadro.

Existen algunas situaciones o estados que predisponen a padecer este síndrome:

1-     Vacaciones largas, agotadoras o durante las que no se descansa adecuadamente.

2-     Adaptación insuficiente al ámbito laboral, presente incluso antes de las vacaciones. Falta de motivación laboral.

El reloj interno

Las personas, habitualmente, necesitan una serie de condiciones para desarrollar su actividad y organizar una forma  de vida en la cual se sienten la mayor parte de las veces a gusto. Para ello, se lleva una rutina que sueles estar de acuerdo con el biorritmo peculiar.

Toda esa actividad está de acuerdo con una especie de reloj interno que marca el estado en el que el organismo se encuentra. Además, se necesitan una serie de motivaciones que impulsen a seguir adelante a lo largo de la vida. Estas motivaciones actúan muchas veces como parachoques que permiten superar diferentes dificultades.

La presencia actual de estas motivaciones otorga una especial resistencia frente a la adversidad. Un fallo en ese biorritmo habitual, así como una ausencia de dichas motivaciones en el contexto de una vuelta a la vida ordinaria tras un periodo vacacional puede producir aparición de este síndrome. Durante las vacaciones, es de todos conocido que este ritmo de vida sufre un cambio significativo.

Desaparece el ritmo de trabajo, mientras  que los periodos de descanso se prolongan a lo largo del día. El descanso al mediodía adquiere una mayor importancia, favorecida muchas veces por una actividad nocturna intensa. La hora de acostarse se retrasa, con lo cual lo mismo ocurre con la de levantarse.

Esto unido a una ausencia casi completa de rutina, con un desorden total de nuestros hábitos, incluidos las comidas, da lugar a que nuestro biorritmo se vea profundamente afectado. La vuelta a la vida ordinaria puede suponer un cambio brusco para el organismo.

Se restituye la rutina a la cual teníamos acostumbrado nuestro cuerpo, sin embargo, en el momento de nuestra incorporación a esta rutina, nos falla lo fundamental. Si no se produce ese acoplamiento rápidamente a este nuevo ritmo de vida, se produce una falta de coordinación entre lo que la rutina nos exige y lo que podemos ofrecer.

Por otro lado, la ausencia de motivaciones o la focalización excesiva de éstas alrededor del periodo estival da lugar a que una vez acabadas las vacaciones, desaparece cualquier motivación que nos anime a seguir adelante, sobre todo cuando contemplamos con pavor  como hasta el siguiente periodo vacacional tiene que transcurrir todo un año. La concurrencia de ambos fenómenos puede dar lugar a la aparición de éste síndrome.

El mejor remedio, la prevención

El remedio, como ocurre muchas veces, está en prevenir su aparición. En este sentido se pueden intentar diversas medidas. El periodo vacacional permite una libertad que no se tiene en otros periodos del año. Ahora bien, mantener cierto horario nos permitirá que sigamos con un cierto biorritmo.

A medida que se acerca el final de las vacaciones, una vuelta progresiva, aunque no sea completa, a la rutina habitual puede favorecer que ese cambio no resulte dramático ni catastrófico. Evitar una motivación personal excesivamente centrada en las vacaciones. No se puede estar deseando las vacaciones durante una mitad del año y lamentarse de que hayan acabado durante la otra mitad.

Por ello, es conveniente mantener determinadas aficiones. Puede haber aficiones que se hayan iniciado durante las vacaciones, que sea recomendable mantener a lo largo del año. Evidentemente, no deben ser aficiones muy unidas al periodo del año en el que se encuentre cada persona. En relación a todo lo anterior, la división del periodo vacacional en varias partes, puede ayudar de forma importante a cumplir estos objetivos. Evitara que exista una sensación de saturación respecto a las vacaciones y nos ayudara a la vuelta saber que todavía nos quedan.

Si a la vuelta de las vacaciones se produce un enfrentamiento, un trabajo acumulado durante el periodo estival, se pueden seguir algunas recomendaciones.

En primer lugar, ordenar la mesa de trabajo evitando los montones caóticos. Se debe hacer un esfuerzo en intentar organizar la agenda, estableciéndose un plan de lucha real que intente afrontar las tareas pendientes con un orden de prioridades.

Si a pesar de todo lo anterior se presenta este problema, la ayuda de un especialista puede ser muy importante. Aportará la ayuda necesaria, que en ocasiones podrá ser farmacológica, sobre todo si se presentan problemas de ansiedad e insomnio.

Fuente CUN