Uno se acerca a su oficina como cada mañana, observa la gente que circula por la calle, los coches, sobre todo ese que está tan cerca de la puerta con los cristales empañados. No está obsesionado, pero sabe que si hay algo raro no debe entrar solo. Ahí esta su compañera, hoy podremos entrar tranquilos. No siempre es así: el atasco, el autobús que se retrasa, Hay que abrir la oficina, los ingresos del buzón nocturno, cajeros, documentación. Y entras, fuera todo está en orden.
Todo en orden, el pitido de la alarma, la clave, las luces, el hilo musical, la valija, conéctate, un segundo al baño (no puedes más), Pero hoy no, nada más poner la clave o antes de ponerla, no te acuerdas bien, alguien te ha sujetado por el brazo y ha empezado a gritarte diciendo lo que debes hacer. No sientes nada, ni miedo, no piensas nada. Son cinco minutos, quince, veinte, tu compañera está como tú, en sus manos, desprotegidos. Cajeros, transfer, recicladores, caja fuerte, todo en sus manos. Y vosotras, vosotros, también en sus manos.
Días más tarde recordarás cómo entraron, el famoso butrón. Aquel correo te hablaba del butrón. Al leerlo, recuerdas, no viste qué medidas podías aplicar para preverlo. Hay alarmas, pensabas, y esos famosos sensores ¿volumétricos? No se activaron. ¿Por qué no se activaron? Abres el correo. Hay uno de seguridad. Pero no te dice por qué no se activaron. Te recuerdan, nos recuerdan, encarecidamente lo que debes hacer al entrar en la oficina, cómo debes comunicar a tu compañera que todo está bien, o no. Te dicen, nos dicen, que ya se ha advertido reiteradamente de que debemos extremar las medidas de seguridad y que, a pesar de todo, se ha producido un atraco en tu oficina. No se activaron. No importa, ellos ya te habían avisado. No haces más que darle vueltas, podía haberos pasado algo, podíais haberlo evitado. ¿Cómo? ¿Enviando un correo, quizá?
Mala suerte podría pensarse, hasta que recuerdas que la Caja estaba advertida por la Ertzaintza, que se estaban dando este tipo de casos. A pesar de ello los sensores que podían delatar esta entrada, anunciada y previsible, no funcionaron (No estaban revisados o estaban atenuados o vaya usted a saber).
De la seguridad todos somos responsables pero la titularidad de esa responsabilidad corresponde al departamento así llamado, el de Seguridad. Sin embargo nos tememos que la consecuencia inmediata, y probablemente única, de este suceso consista en intensificar los protocolos a seguir por los empleados y, de este modo, cumplir el expediente que se hace algo y balones fuera. Si se produce el atraco es porque los empleados no han seguido las precisas directrices emanadas desde lo alto.
No se tiene en cuenta que, con el tiempo, el cumplimiento de tales protocolos, incómodos y tediosos, se relaja (Es humano confundir tranquilidad con seguridad). No se puede pretender que se trabaje en un ambiente de paranoia, por muy justificada que esté. Acabaríamos por mirar debajo de la cama antes de ir a dormir y, al cabo de un tiempo, al psiquiatra.
Lo lógico y lo justo es un equilibrio entre los protocolos a seguir por los empleados y que desde Seguridad se siga la implantación y el buen funcionamiento de los sistemas así como la prevención y adelantarse un poco a los acontecimientos.
Sabemos que encontrar este equilibrio puede no ser fácil pero para eso están los expertos. ¿O no?