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Jose Maria Fidalgo

La crisis es un cambio con riesgos y oportunidades

Nuestro modelo de crecimiento era vistoso, pero tenía los pies de barro y no era sostenible". "No hay buena terapia sin buen diagnóstico. Hay que reconocer errores y sacar conclusiones futuras"


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Están corriendo ríos de tinta en los últimos meses sobre nuestra situación económica y sus consecuencias sociales y políticas. Yo mismo he opinado y he tenido que reivindicar que hace 14 meses mi sindicato hizo público un texto, que tuvo irregular acogida, en el que se hablaba del fin de un ciclo y de la oportunidad, existente en todas las crisis, para reconstruir con otras bases una economía que daba signos de agotamiento. Tras el largo paréntesis en el que se dirimía si estábamos en desaceleración, en el camino de una recesión, en una crisis endógena o exógena, hoy parece que se conviene en que estamos en una situación peligrosa. Nuestra economía no crece, aumenta el desempleo, suben los precios, el presupuesto de las administraciones públicas es deficitario, el derrumbe de determinadas "empresas" deja boquetes en instituciones financieras, y todo esto "nos ha ocurrido" en la peor de las pistas de aterrizaje: una gravísima crisis financiera internacional.

Ahora se someten a debate las recetas para esta grave patología. Han aparecido las del repertorio clásico (rebajas de impuestos, rebajas de cotizaciones sociales, aligerar costes de la mano de obra, aligerar restricciones para el despido, austeridad de las administraciones públicas, etcétera) que chocan frontalmente con otras restricciones no menos objetivas: las dificultades de las administraciones para gestionar servicios y prestaciones básicas, sanidad, educación, desempleo, lo que demuestra que, al igual que en todas las crisis, no sólo las económicas, a las dificultades generadas por la misma crisis se añaden las generadas por la insuficiencia de instrumentos de intervención, quizás malgastados indebidamente antes.

Los que critican al Gobierno por no intervenir con más contundencia lo hacen, a veces, viendo el toro desde la barrera, que es tanto como desde el no gobierno. Todas las ideas deben ser tomadas serenamente en consideración pero, como ocurre con la farmacopea, leyendo los llamados "efectos secundarios".

Creo que se requiere un gran acuerdo, aunque fuera implícito, anclado en dos principios. Primero, no aumentar el daño para la mayoría y, segundo, diseñar una hoja de ruta distinta para nuestra economía futura, porque el futuro es tan importante como el presente. Digo esto porque si no reconocemos el carácter endógeno de nuestro ciclo económico, repetiremos mecánicamente dentro de unos años estos desgraciados episodios. Nuestro modelo de crecimiento era muy vistoso (crecimiento del PIB, crecimiento del empleo, saneamiento de las cuentas públicas que permitía rebajas de impuestos directos), pero tenía los pies de barro en cuanto a sostenibilidad (fiar todo a la capacidad de las familias y las empresas para endeudarse a medio y largo plazo, fiar casi todo al aprecio de la vivienda residencial, fiar casi todo a unos tipos de interés reales negativos, no mirar el saldo negativo de la balanza de pagos -endeudamiento exterior- que sigue batiendo récords, fiar casi todo al incremento masivo de mano de obra barata y poco productiva). Topaba con la lógica más elemental porque habitamos, y hemos presumido de ello, el país con la economía más abierta de la UE, con una moneda fuerte, por fin, controlada por el Banco Central Europeo y en una economía global ultracompetitiva donde el castigo por no mirar la cara mala de este modelo de crecimiento perverso es el ajuste.

Y ahora estamos en la etapa de ajuste. En el ajuste de empleo y del valor de nuestros activos, en especial los inmobiliarios.

Es importante saber lo que nos pasa y por qué nos ha pasado. No hay buena terapia sin buen diagnóstico. Por ello, creo que hay que comenzar por reconocer errores propios para no repetirlos y sacar conclusiones para el futuro: nuestra principal riqueza es el capital humano y lo hemos maltratado (sistema educativo francamente mejorable, mucho empleo precario, inmigración masiva procíclica). Si queremos no deber tanto (un billón y medio de euros es nuestra deuda exterior) deberemos ahorrar más para invertir o gastar más. Si queremos no depender de otros deberemos producir más -no sólo viviendas- para vender más fuera de nuestras fronteras y esto significa elevar la potencia de nuestro aparato industrial haciendo todo lo que predicamos en relación con I+D+i. Si queremos depender de nosotros mismos en mayor medida deberemos resolver algo en relación con nuestro modelo energético, que es el más dependiente del exterior de todos nuestros vecinos. Y si queremos ser más independientes y más potentes no deberíamos seguir fragmentando nuestro mercado interno.

Si nos ponemos de acuerdo en estas cosas, y lo digo con bastante escepticismo, lo que debemos hacer sería más fácil de explicar y de hacer.

Desde mi posición, y dando por supuesto que las líneas anteriores justifican mis recetas, habría que pensar primero en las víctimas, en los parados, nacionales o inmigrantes, porque son personas, no fungibles, y requieren cobertura económica y dotación de empleabilidad futura. Y también asegurarnos primero que, al socaire de la crisis y el revuelo, no deben ser derruidas instituciones que garantizan la cohesión y la pervivencia de nuestra economía y nuestra sociedad: la Seguridad Social, las relaciones laborales pacíficas, la unidad de mercado; porque, no sólo no avanzaríamos, sino que retrocederíamos si destruimos estas y otras cosas que hemos levantado en estos últimos 30 años.

Y habría que pensar, en segundo lugar, en cómo querríamos que fuera nuestra economía cuando el ciclo económico mundial mejorase. Yo quiero otro modelo de crecimiento, basado en la producción de bienes y servicios de alto valor añadido, que gane mercado exterior e invierta nuestra balanza comercial y que genere empleos cualificados, más productivos y menos precarios. Para ello hay que llenar nuestros déficits educativos desde los escalones inferiores hasta los más altos. Para ello, también, hay que desincentivar las inversiones en proyectos efímeros y cortoplacistas e incentivar las que vayan a generar tejido empresarial más consistente, competitivo y moderno. Aquí las prioridades fiscales deberían operar desde ahora.

Hay que abordar un debate no trucado sobre cómo resolver nuestra dependencia energética, siendo conscientes de los límites que nos impone el mundo y siendo conscientes de que todas las fuentes energéticas tienen pros y contras, pero que deberemos optar por aquellas que nos garanticen mejores precios, mayor autonomía y menos impacto medioambiental.

La inmigración, para que sea un éxito para los inmigrantes y para nosotros, debe basarse en la posibilidad de integrar laboral y económicamente a las personas que puedan trabajar aquí. El Estado social no es compatible con la desregulación y con el empleo ilegal. Las empresas de determinados sectores han podido ser favorecidas por la inmigración masiva pero deben contribuir, con la legalidad de la contratación, a que la sociedad pueda asumir el coste de la integración.

De la crisis deberíamos aprovechar lo malo para extraer algo bueno: reflexión sobre nuestros males y sus posibles correcciones. Yo creo que, incluso en un contexto internacional beneficioso, nuestro modelo "haría aguas", y no debemos responsabilizar "al mundo" de nuestros propios vicios o errores. -

El País

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