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El Capitalismo (I)

Barclays Bank 29-09-2006

En el momento en que el humilde comerciante que tenía un puesto en el mercado, junto a la muralla del castillo feudal, amplió el volumen de sus operaciones, extendiendo sus negocios mas allá de los confines de su aldea, empezó a cambiar el mundo.


Este artículo se publicó originalmente en Barclays (Servicios CCOO en Barclays Bank) ,


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Ese pequeño comerciante podía ser agricultor, ganadero o artesano, es indiferente. En cualquier caso, pronto necesitó un banquero para guardar su dinero, pedir un préstamo o girar una letra. Estaba en marcha otro sistema económico. Acababa el modo de producción feudal y nacía el capitalismo.

Con el tiempo, este comerciante, ya no tan humilde, pudo comprar tierras, construirse una mansión o ganarse un título nobiliario, favoreciendo a algún noble, quizá el mismo Rey, o casando a alguno de sus hijos o hijas con un consorte de alta alcurnia. Una vez descubierto el poder del dinero, no había otro límite que el cielo.

Los nuevos tiempos necesitaron pronto una nueva moral. Así, la audacia sustituyó paulatinamente a la piedad en el "hit parade" de los valores. La otra vida, la eterna, podía esperar. Mientras llegaba, había que vivir intensamente ésta: acumular riquezas para generar nuevas riquezas, aprender y generar nuevos conocimientos para tratar de conquistar nuevos mercados, otros mundos....todo ello sin dejar de parecer un hombre piadoso, prudente, conocedor de los reveses de la fortuna y de los poderes imprevisisbles de la naturaleza y, por tanto, consciente de la pequeñez real del hombre frente al Ser Supremo, cualquiera que fuese su nombre.

Incluso algunos hombres, que se vanagloriaban de piadosos se atrevieron a asegurar que el éxito en la tierra, en los negocios, era una señal de bendición divina y predestinación a la gloria celestial. El cielo comprado en la tierra, como una mercancía más.

Los mercados se fueron ampliando y progresivamente fue necesario poner más medios para aumentar la producción. No sólo se necesitaban más hombres, incluso hechos esclavos para aumentar el margen de beneficio, sino más materias primas y más instrumentos que multiplicaran la fuerza del hombre, herramientas y máquinas.

Los hombres, los capitalistas, se ponen a transformar la tierra, no porque no les gustara, sino porque con esa transformación encuentran más posibilidades de enriquecerse. Surge un nuevo paisaje de de minas, railes de ferrocarril, fábricas, canales, puertos y ciudades más y más grandes.

Luego, con la invención científica y la innovación tecnológica, se impone progresivamente la fabricación en serie para el consumo y se multiplican los electrodomésticos y los automóviles, que llenan las calles de las ciudades y hacen escasas las primitivas carreteras. Llega la era del consumo en masa a la mayor parte de la población, extendiendo el bienestar, pero también la dependencia de los artefactos, incluyendo televisores, ordenadores y demás criaturas, hijos de la revolución de los medios, que caracterizan nuestros días y refuerzan aún más la conexión de los mercados, de productos y servicios, que determina nuestra existencia, la famosa globalización que amamos y tememos, según nos vaya en cada momento en nuestra relación con la aldea global en que se ha convertido nuestro mundo.

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